Publicado: 10 de Abril de 2016
Cuando a un perro no le gusta algo que le hacemos o decimos, su respuesta suele ser apartarse de nosotros, o se nos enfrenta con un ladrido, gruñido o un mordisco.
El enfado es un concepto humano, el perro no puede pensar en las causas de su malestar y responde automáticamente y de forma instintiva al estímulo que le desagrada. Los perros no pueden ser rencorosos, ya que para esto hay que poder reflexionar sobre la causa del desagrado y tener la representación mental necesaria para elaborar este tipo de sentimiento.
El grado de dominancia de un ejemplar cuenta con tres causas: genética, hormonal y aprendida. La genética es la recibida por sus antecesores: los hijos de padres dominantes tienen más probabilidades de serlo también. La testosterona (hormona sexual masculina) condiciona asimismo el comportamiento dominante, por eso los machos son más proclives a serlo. Un ejemplar con un alto grado de esta hormona probablemente desarrollará más fácilmente comportamientos de este tipo.
Y, por último, una educación permisiva contribuye a que un ejemplar sienta un deseo mayor de dominar o a que un dominante no llegue a ser dominado.
Las hembras también pueden resultar dominantes, bien por alteraciones hormonales (desequilibrio entre testosterona y estrógenos), por causas educativas y ambientales o por ambas.
Para la vida en familia no debemos elegir un cachorro muy dominante, ya que en el futuro resultará un problema al tratar de rivalizar constantemente con nosotros. Si no le logramos dominar, podrá convertirse en un perro peligro.